A SANGRE FRIA
La herida seguirá abierta
David Gistau
Concluido el juicio, no hace falta esperar a la sentencia para intuir que en algo habrá fracasado: no va a servir para hacer la catarsis del 11-M. Como el fantasma de la bola, el atentado seguirá apareciéndose en la vida pública española, no como un recuerdo terrible, sino como una herida abierta. Esto se debe, en parte, a que los prejuicios adquiridos -los concernientes a ETA, sobre todo- han atravesado el proceso casi intactos, poco dispuestos a enfrentar las convicciones personales a las pruebas, por lo que el desgarro de las teorías antagónicas queda sin solución y seguirá alentando una guerra de trincheras en la que nadie avanza ni retrocede.
Pero también se debe a la precariedad de algunas de las acusaciones más importantes, las que afectan nada menos que a los señalados como «autores intelectuales» y jefes de la Yihad internacional, por lo que será difícil para el tribunal imponer a éstos sentencias duras, ejemplares, que alivien a las víctimas con la sensación de que en verdad se ha hecho justicia por el peor atentado de la historia de España. Agréguese a esto el desprestigio de las Fuerzas de Seguridad, en quienes cualquiera que haya seguido las sesiones va a tardar mucho en volver a confiar. Y más cuando se comprueba que las negligencias se premian con ascensos.
El turno de última palabra confirmó en sus arquetipos a los acusados que hemos ido conociendo durante meses. Trashorras no salió de su búrbuja de pasmado. 'El Egipcio', confiado a su abogado, salió del escenario con la misma discreción humilde con que entró en él: sólo pidió justicia. Fouad Morabit recurrió a su vena culta cuando comparó las pruebas esgrimidas contra él con la obsesión por acumular basura diagnosticada en el síndrome de Diógenes. Slimane y Akil, emotivos ambos hasta el desafuero, quisieron inspirar compasión evocando soledades ante el espejo y sufrimientos de gente cercana que ellos no querrían para nadie. Zougam casi remedó a su abogado al improvisar, con un lenguaje bien templado y un conocimiento exhaustivo del sumario, un nuevo alegato de defensa con el que intentó destruir a los testigos que le identificaron en los trenes. Igual de minucioso estuvo Basel Ghalyoun. Haski volvió a emplearse con ese tono iracundo, despectivo, con el que se presentó en el inicio del juicio y que ni siquiera el presidente del tribunal logró apaciguar. Zouhier, aunque prometió no montar un show y se disculpó por todos los episodios que le consagraron como el Bart Simpson del juicio, volcó su rabia en la fiscalía y recuperó el discurso del insider servidor de la ley convertido en chivo expiatorio cuando sólo intentó, como dijo su abogado, que los españoles pudieran dormir tranquilos. Y Aglif intentó borrarse pasándole el marrón a su antiguo amigo íntimo, Zouhier.
Cuando se desalojó el búnker de la Casa de Campo, algún abogado confesó sentir el agotamiento de tres años de trabajo ingente y de la descarga de adrenalina. De la prueba que han supuesto 57 sesiones cargadas de pasiones, mentiras, lágrimas e infamia. Y que serán regurgitadas por el tribunal con el fallo de octubre, que no cerrará la herida. Mientras, visto para sentencia.
La herida seguirá abierta
David Gistau
Concluido el juicio, no hace falta esperar a la sentencia para intuir que en algo habrá fracasado: no va a servir para hacer la catarsis del 11-M. Como el fantasma de la bola, el atentado seguirá apareciéndose en la vida pública española, no como un recuerdo terrible, sino como una herida abierta. Esto se debe, en parte, a que los prejuicios adquiridos -los concernientes a ETA, sobre todo- han atravesado el proceso casi intactos, poco dispuestos a enfrentar las convicciones personales a las pruebas, por lo que el desgarro de las teorías antagónicas queda sin solución y seguirá alentando una guerra de trincheras en la que nadie avanza ni retrocede.
Pero también se debe a la precariedad de algunas de las acusaciones más importantes, las que afectan nada menos que a los señalados como «autores intelectuales» y jefes de la Yihad internacional, por lo que será difícil para el tribunal imponer a éstos sentencias duras, ejemplares, que alivien a las víctimas con la sensación de que en verdad se ha hecho justicia por el peor atentado de la historia de España. Agréguese a esto el desprestigio de las Fuerzas de Seguridad, en quienes cualquiera que haya seguido las sesiones va a tardar mucho en volver a confiar. Y más cuando se comprueba que las negligencias se premian con ascensos.
El turno de última palabra confirmó en sus arquetipos a los acusados que hemos ido conociendo durante meses. Trashorras no salió de su búrbuja de pasmado. 'El Egipcio', confiado a su abogado, salió del escenario con la misma discreción humilde con que entró en él: sólo pidió justicia. Fouad Morabit recurrió a su vena culta cuando comparó las pruebas esgrimidas contra él con la obsesión por acumular basura diagnosticada en el síndrome de Diógenes. Slimane y Akil, emotivos ambos hasta el desafuero, quisieron inspirar compasión evocando soledades ante el espejo y sufrimientos de gente cercana que ellos no querrían para nadie. Zougam casi remedó a su abogado al improvisar, con un lenguaje bien templado y un conocimiento exhaustivo del sumario, un nuevo alegato de defensa con el que intentó destruir a los testigos que le identificaron en los trenes. Igual de minucioso estuvo Basel Ghalyoun. Haski volvió a emplearse con ese tono iracundo, despectivo, con el que se presentó en el inicio del juicio y que ni siquiera el presidente del tribunal logró apaciguar. Zouhier, aunque prometió no montar un show y se disculpó por todos los episodios que le consagraron como el Bart Simpson del juicio, volcó su rabia en la fiscalía y recuperó el discurso del insider servidor de la ley convertido en chivo expiatorio cuando sólo intentó, como dijo su abogado, que los españoles pudieran dormir tranquilos. Y Aglif intentó borrarse pasándole el marrón a su antiguo amigo íntimo, Zouhier.
Cuando se desalojó el búnker de la Casa de Campo, algún abogado confesó sentir el agotamiento de tres años de trabajo ingente y de la descarga de adrenalina. De la prueba que han supuesto 57 sesiones cargadas de pasiones, mentiras, lágrimas e infamia. Y que serán regurgitadas por el tribunal con el fallo de octubre, que no cerrará la herida. Mientras, visto para sentencia.
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