JUICIO POR UNA MASACRE / Tras el 11-M, 'El Conejo' comunicó a un policía de Lavapiés que Jamal Ahmidan le amenazaba con matarle por el impago de una deuda de droga y se prestó a colaborar para capturarle
Los billetes de 500 euros aparecidos en Leganés los aportó la Policía para tender una trampa a 'El Chino'
CASIMIRO G.-ABADILLO
MADRID.- La semana pasada, Antonio Rubio dio cuenta en las páginas de este periódico de la falta de interés por parte de la Policía para seguir el rastro de 33 billetes de 500 euros (2,75 millones de pesetas) aparecidos entre los escombros del piso de Leganés. Según dicha información, esos billetes no habrían salido de ninguna de las cuentas bancarias de los imputados en la matanza del 11-M. Entonces, ¿a quién pertenecía el dinero?; ¿cuál era su procedencia?
El misterio comenzó a desvanecerse cuando un miembro de la Comisaría General de Información me susurró al teléfono: «Naturalmente, no se ha investigado porque ese dinero... fue proporcionado por la Policía».
Sorprendente. Sin embargo, lo más increíble de este caso no es que los billetes de 500 euros salieran de los fondos reservados de las fuerzas de seguridad, sino cómo llegaron al piso de Leganés donde los siete islamistas implicados en el 11-M se suicidaron el 3 de abril de 2004.
LA DEUDA
Todo comenzó poco antes de esa fecha, cuando uno de los imputados, Rachid Aglif, conocido como El Conejo, transmitió a sus amigos su justificado miedo ante las amenazas de muerte de Jamal Ahmidan, El Chino, por el impago de una deuda contraída con él por la compra de drogas (en concreto, pastillas).
Uno de los compañeros de El Conejo le dijo que conocía a un policía que vivía en el barrio de Lavapiés con el que tenía cierta confianza. Se trataba de un inspector que había estado varios años destinado en el País Vasco dedicado a tareas de información en la lucha contra la organización terrorista ETA.
Aglif, que regentaba una carnicería en ese mismo barrio, aceptó hablar con el agente. El Chino se había convertido ya en uno de los principales sospechosos de los atentados del 11-M. El pacto que le ofreció el policía era tan simple como provechoso para la investigación de la masacre: si se le proporcionaba el dinero de la deuda con Jamal Ahmidan, él debía facilitar la captura del presunto terrorista.
El citado inspector de policía acudió a la sede de la Comisaría General de Información y contó con todo detalle el asunto a uno de los altos mandos de la Unidad Central de Información Exterior (UCIE) (probablemente Mariano Rayón, entonces comisario jefe de la Unidad especializada en terrorismo islamista).
El responsable de la UCIE olfateó enseguida las posibilidades que ofrecía el acuerdo con el amenazado y, de hecho, el propio Aglif acudió posteriormente al complejo de Canillas para contar de viva voz su versión de los hechos.
LA TRAMPA
Los miembros operativos de la UCIE se pusieron manos a la obra. Instalaron una cámara de vídeo en la carnicería de Aglif y montaron un dispositivo para seguir a Ahmidan cuando éste acudiera al local a cobrar el dinero que le debía El Conejo, y, de paso, a comprar cordero, ya que era uno de sus clientes habituales.
Asimismo, los agentes de la UCIE colocaron un chip rastreador en la bolsa donde metieron el dinero de la deuda para poder así localizar la guarida de El Chino. No se conformaron con eso. Además echaron mano de uno de los amigos de Aglif, el también marroquí Hicham Rousafi, para que siguiera los pasos de Ahmidan tras salir del establecimiento sin que aquel se percartara.
El «día D», es decir, la fecha elegida para tender la trampa a Jamal Ahmidan, fue el 2 de abril de 2004. Precisamente ese día, El Conejo citó a El Chino en su tienda para saldar sus cuentas.
Pero, justo un día antes, agentes adscritos a la Comisaría General de Información detectaron una casa en la localidad granadina de Albolote, a la que llegaron a través del seguimiento de los teléfonos móviles, donde se suponía que podían estar escondidos los miembros de la célula responsable del atentado de los trenes.
En la madrugada del día 2 de abril, un equipo de los GEO entró en la citada vivienda. El núcleo duro de la UCIE que había organizado la operación para capturar a El Chino a partir de la carnicería de Lavapiés, recibió la orden de trasladarse también a Granada. La Comisaría General de Información estaba convencida de que Ahmidan se había refugiado allí junto al resto de sus compinches. A pesar de que, en efecto, se encontraron rastros de su estancia, la casa estaba vacía.
Aunque los miembros de la Unidad de Información Exterior que montaron el dispositivo se habían desplazado a Albolote el día anterior, el dispositivo de la carnicería no se desmanteló.
Muy al contrario, la operación siguió su curso. Agentes de la Comisaría General de Información no adscritos a la UCIE fueron los encargados de llevarla a cabo.
LA BOLSA EQUIVOCADA
El 2 de abril, el tiempo pasó lentamente. Era ya la hora de cerrar y Ahmidan no había aparecido por la tienda de Aglif. Pero, justo cuando éste se disponía a marcharse a su casa, apareció Rifaat Anouar, uno de los hombres de confianza de El Chino.
Rifaat, como era de esperar, además de recoger el dinero de la deuda, compró también cordero. Pero, para desesperación de los policías, sacó el dinero de la bolsa donde estaba instalado el chip rastreador y lo metió en la que él había traído para llevarse la carne.
Sin embargo, aún quedaba el recurso de Hicham Rousafi, que se encontraba al acecho a unos metros de la tienda. El amigo de Aglif, en efecto, siguió al compinche de El Chino cuando salió de la carnicería hasta la estación de metro más cercana y no le perdió la pista hasta que aquel se bajó en Zarzaquemada. Según contó después a los agentes, pudo seguir sus pasos hasta un lugar muy cercano a la calle Martín Gaite.
Faltaban tan sólo unas horas para que la Policía llegara hasta ese lugar donde, efectivamente, se encontraba El Chino y toda su pandilla. Según el testimonio confidencial antes relatado, los billetes de 500 euros localizados por la Policía tras el estallido que hizo saltar por los aires la vivienda pertenecían a la partida entregada a El Conejo como cebo para atrapar a Jamal Ahmidan.
EPILOGO
Rachid Aglif, tal vez por miedo, no ha querido contar ante el tribunal lo sucedido para utilizarlo en su favor (al fin y al cabo, colaboró con la Policía en la localización de El Chino). El policía de Lavapiés que puso en contacto a El Conejo con los miembros de la UCIE murió semanas después de los hechos víctima de un infarto. A él se refirió en su declaración ante el tribunal Mohamed Chaoui cuando dijo que un conocido suyo, Hassan Serroukh, tenía «un amigo en los cuerpos y fuerzas de seguridad» (aunque se equivocó al afirmar que era «un agente del CNI»).
Hicham Rousafi declaró ante el juez Del Olmo el 26 de abril de 2005. Pero, cuando dijo que «ayudó a la policía» e incluso que «acompañó» a los agentes «a poner una cámara en la carnicería de Rachid Aglif», nadie le preguntó por esos hechos. O, al menos, sus respuestas no constan en el sumario.
Hoy concluye el juicio oral por el 11-M. La vista oral ha puesto de relieve multitud de lagunas en el sumario. Pero, todavía, muchos aspectos de la masacre siguen siendo una incógnita. Este caso es un buen ejemplo.
Los billetes de 500 euros aparecidos en Leganés los aportó la Policía para tender una trampa a 'El Chino'
CASIMIRO G.-ABADILLO
MADRID.- La semana pasada, Antonio Rubio dio cuenta en las páginas de este periódico de la falta de interés por parte de la Policía para seguir el rastro de 33 billetes de 500 euros (2,75 millones de pesetas) aparecidos entre los escombros del piso de Leganés. Según dicha información, esos billetes no habrían salido de ninguna de las cuentas bancarias de los imputados en la matanza del 11-M. Entonces, ¿a quién pertenecía el dinero?; ¿cuál era su procedencia?
El misterio comenzó a desvanecerse cuando un miembro de la Comisaría General de Información me susurró al teléfono: «Naturalmente, no se ha investigado porque ese dinero... fue proporcionado por la Policía».
Sorprendente. Sin embargo, lo más increíble de este caso no es que los billetes de 500 euros salieran de los fondos reservados de las fuerzas de seguridad, sino cómo llegaron al piso de Leganés donde los siete islamistas implicados en el 11-M se suicidaron el 3 de abril de 2004.
LA DEUDA
Todo comenzó poco antes de esa fecha, cuando uno de los imputados, Rachid Aglif, conocido como El Conejo, transmitió a sus amigos su justificado miedo ante las amenazas de muerte de Jamal Ahmidan, El Chino, por el impago de una deuda contraída con él por la compra de drogas (en concreto, pastillas).
Uno de los compañeros de El Conejo le dijo que conocía a un policía que vivía en el barrio de Lavapiés con el que tenía cierta confianza. Se trataba de un inspector que había estado varios años destinado en el País Vasco dedicado a tareas de información en la lucha contra la organización terrorista ETA.
Aglif, que regentaba una carnicería en ese mismo barrio, aceptó hablar con el agente. El Chino se había convertido ya en uno de los principales sospechosos de los atentados del 11-M. El pacto que le ofreció el policía era tan simple como provechoso para la investigación de la masacre: si se le proporcionaba el dinero de la deuda con Jamal Ahmidan, él debía facilitar la captura del presunto terrorista.
El citado inspector de policía acudió a la sede de la Comisaría General de Información y contó con todo detalle el asunto a uno de los altos mandos de la Unidad Central de Información Exterior (UCIE) (probablemente Mariano Rayón, entonces comisario jefe de la Unidad especializada en terrorismo islamista).
El responsable de la UCIE olfateó enseguida las posibilidades que ofrecía el acuerdo con el amenazado y, de hecho, el propio Aglif acudió posteriormente al complejo de Canillas para contar de viva voz su versión de los hechos.
LA TRAMPA
Los miembros operativos de la UCIE se pusieron manos a la obra. Instalaron una cámara de vídeo en la carnicería de Aglif y montaron un dispositivo para seguir a Ahmidan cuando éste acudiera al local a cobrar el dinero que le debía El Conejo, y, de paso, a comprar cordero, ya que era uno de sus clientes habituales.
Asimismo, los agentes de la UCIE colocaron un chip rastreador en la bolsa donde metieron el dinero de la deuda para poder así localizar la guarida de El Chino. No se conformaron con eso. Además echaron mano de uno de los amigos de Aglif, el también marroquí Hicham Rousafi, para que siguiera los pasos de Ahmidan tras salir del establecimiento sin que aquel se percartara.
El «día D», es decir, la fecha elegida para tender la trampa a Jamal Ahmidan, fue el 2 de abril de 2004. Precisamente ese día, El Conejo citó a El Chino en su tienda para saldar sus cuentas.
Pero, justo un día antes, agentes adscritos a la Comisaría General de Información detectaron una casa en la localidad granadina de Albolote, a la que llegaron a través del seguimiento de los teléfonos móviles, donde se suponía que podían estar escondidos los miembros de la célula responsable del atentado de los trenes.
En la madrugada del día 2 de abril, un equipo de los GEO entró en la citada vivienda. El núcleo duro de la UCIE que había organizado la operación para capturar a El Chino a partir de la carnicería de Lavapiés, recibió la orden de trasladarse también a Granada. La Comisaría General de Información estaba convencida de que Ahmidan se había refugiado allí junto al resto de sus compinches. A pesar de que, en efecto, se encontraron rastros de su estancia, la casa estaba vacía.
Aunque los miembros de la Unidad de Información Exterior que montaron el dispositivo se habían desplazado a Albolote el día anterior, el dispositivo de la carnicería no se desmanteló.
Muy al contrario, la operación siguió su curso. Agentes de la Comisaría General de Información no adscritos a la UCIE fueron los encargados de llevarla a cabo.
LA BOLSA EQUIVOCADA
El 2 de abril, el tiempo pasó lentamente. Era ya la hora de cerrar y Ahmidan no había aparecido por la tienda de Aglif. Pero, justo cuando éste se disponía a marcharse a su casa, apareció Rifaat Anouar, uno de los hombres de confianza de El Chino.
Rifaat, como era de esperar, además de recoger el dinero de la deuda, compró también cordero. Pero, para desesperación de los policías, sacó el dinero de la bolsa donde estaba instalado el chip rastreador y lo metió en la que él había traído para llevarse la carne.
Sin embargo, aún quedaba el recurso de Hicham Rousafi, que se encontraba al acecho a unos metros de la tienda. El amigo de Aglif, en efecto, siguió al compinche de El Chino cuando salió de la carnicería hasta la estación de metro más cercana y no le perdió la pista hasta que aquel se bajó en Zarzaquemada. Según contó después a los agentes, pudo seguir sus pasos hasta un lugar muy cercano a la calle Martín Gaite.
Faltaban tan sólo unas horas para que la Policía llegara hasta ese lugar donde, efectivamente, se encontraba El Chino y toda su pandilla. Según el testimonio confidencial antes relatado, los billetes de 500 euros localizados por la Policía tras el estallido que hizo saltar por los aires la vivienda pertenecían a la partida entregada a El Conejo como cebo para atrapar a Jamal Ahmidan.
EPILOGO
Rachid Aglif, tal vez por miedo, no ha querido contar ante el tribunal lo sucedido para utilizarlo en su favor (al fin y al cabo, colaboró con la Policía en la localización de El Chino). El policía de Lavapiés que puso en contacto a El Conejo con los miembros de la UCIE murió semanas después de los hechos víctima de un infarto. A él se refirió en su declaración ante el tribunal Mohamed Chaoui cuando dijo que un conocido suyo, Hassan Serroukh, tenía «un amigo en los cuerpos y fuerzas de seguridad» (aunque se equivocó al afirmar que era «un agente del CNI»).
Hicham Rousafi declaró ante el juez Del Olmo el 26 de abril de 2005. Pero, cuando dijo que «ayudó a la policía» e incluso que «acompañó» a los agentes «a poner una cámara en la carnicería de Rachid Aglif», nadie le preguntó por esos hechos. O, al menos, sus respuestas no constan en el sumario.
Hoy concluye el juicio oral por el 11-M. La vista oral ha puesto de relieve multitud de lagunas en el sumario. Pero, todavía, muchos aspectos de la masacre siguen siendo una incógnita. Este caso es un buen ejemplo.
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