Por Emilio Campmany
Colaboraciones nº 1691 | 10 de Mayo de 2007
Ayer, al fin, comenzó la prueba pericial. Esta fase puede darnos días de un tedio mucho mayor del padecido en las peores jornadas de la prueba testifical. Sin embargo, no es el caso de la jornada de ayer, que fue bastante animada.
La primera cosa a destacar es que compareció como perito el mando policial al que Díaz de Mera acusó, en su carta dirigida al tribunal, de haber sido el que modificó el informe sobre posibles relaciones entre islamistas y etarras para descartarlas. Gómez Bermúdez ha zanjado el asunto posponiendo al día 18 el examen de esta cuestión.
Lo interesante llegó por la tarde. Fue el momento de examinar diversos informes elaborados con el fin de dar coherencia al conjunto de la investigación. Esto permitió hacer un repaso a los posibles agujeros de la versión oficial. Y hay que reconocer que los peritos policiales defendieron con solidez y profesionalidad su veracidad, si bien, no hubo forma de colmar algunos de sus muchos agujeros.
Ahora, las críticas que puedan hacerse respecto de los detalles que no están todavía hoy suficientemente aclarados, no es lo importante. No lo es porque, por una lado, el análisis de los informes policiales que se hizo ayer demostró que, en efecto, la célula de Leganés era una peligrosísima célula islamista muy comprometida con los ideales de al Qaeda. De modo que los agujeros detectados en este aspecto tendrán el valor que deban tener, pero no alcanzan suficientemente profundidad como para poner en tela de juicio esta verdad.
Pero no lo es, sobre todo, porque lo realmente llamativo de la investigación en la que se apoya la versión oficial no es lo que encontró la Policía, sino lo que no encontró. Y es que, entre los escombros de Leganés, pudo recuperarse el disco duro de un ordenador. También se incautaron dos ordenadores en el domicilio de El Chino, el supuesto jefe de la célula, en la calle Villalobos. En todos estos ordenadores fue posible recuperar muy diversos documentos yihadistas, desde un manual de instrucción militar, hasta unos documentos para comunicarse a través de móviles con seguridad, pasando por unas instrucciones para la guerrilla urbana. Quedó claro, pues, que la célula de Leganés era una célula terrorista de inspiración islamista.
Pero, tal y como se ha puesto de relieve, lo que importa es lo que no se encontró, ya que, en ningún sitio, ni en Leganés, ni en la casa de El Chino, ni en ningún otro sitio se recuperó ningún documento relativo a la preparación del atentado del 11-M. Es verdad que, a pesar de la confusión, parece acreditado que alguna de las reivindicaciones del atentado fueron obra de la célula de Leganés: el fax enviado al diario ABC el mismo día del suicidio colectivo, el 3 de abril, parece que fue escrito por El Tunecino, uno de los suicidas; es verdad igualmente que el vídeo encontrado en una papelera próxima a la mezquita de la M-30 tras una llamada a Telemadrid las horas inmediatamente posteriores al atentado puede ser obra de uno de los supuestos cerebros del atentado, Youssef Belhadj; y es cierto que en el vídeo hallado en Leganés, conteniendo una supuesta futura reivindicación, aparece un individuo que podría ser El Chino. Pero, lo relevante es que en ningún documento, en ningún archivo informático, en ningún papel apareció nada relativo a los trenes que estallaron el 11-M. No apareció un plan, ni un horario de los trenes de cercanías, ni un cuadro de cómo distribuir las bombas en los vagones, ni un manual de fabricación de artefactos explosivos activados por móviles, ni un cuadro de sincronización de explosiones, ni un estudio de cuáles eran los mejores itinerarios, ni los horarios en los que había más pasajeros, ni un estudio de cuál podía ser el mejor atentado para producir los efectos políticos deseados, ni siquiera un análisis de por qué atacar indiscriminadamente a la población civil, nada de nada, ni siquiera un mísero plano del metro de Madrid. ¿Es creíble que la célula que perpetró un atentado de tan magnas consecuencias, que archivaba múltiples documentos relacionados con la yihad, que confeccionó incluso una relación de objetivos judíos en la capital, no dejara un solo rastro de los que necesariamente tuvo que elaborar para la preparación del atentado que finalmente cometió?
Desde un punto de vista estrictamente procesal, esta cuestión no es excesivamente relevante si, por otros medios, fuera posible probar que fue la célula de Leganés la que colocó las bombas. Pero, desde un punto de vista estratégico-político, hay que concluir que el planeamiento del atentado no fue obra de ellos. Puede aceptarse que los que planearon el atentado utilizaron a la célula para la reivindicación del mismo. Y es incluso posible, aunque más dudoso, que fueron sus miembros los que colocaron las bombas. Si así se considerara acreditado, podrían conseguirse las suficientes condenas para salvar, siquiera en lo mínimo, la versión oficial. Pero, los españoles seguiríamos sin saber quién decidió que el 11 de marzo de 2004 tenían que morir unas cuantas decenas de españoles para darle un vuelco a las elecciones generales que se iban a celebrar unos días después. La certeza, si es que llega a alcanzarse, de que la célula de Leganés fue en mayor o menor grado empleada para este fin puede ser muy relevante para el juicio, pero no resuelve nada desde el punto de vista estratégico, pues seguiría sin contestar al única pregunta que realmente importa: ¿quién fue el autor real de los atentados?
Hoy, los periódicos oficialistas saludarán satisfechos el que la versión oficial se consolida y los medios conspiracionistas llamarán la atención sobre la pléyade de detalles que, en unos casos, no han sido suficientemente esclarecidos y, en otros, no han sido suficientemente investigados. Pero, lo esencial, lo nuclear de la sesión de ayer es que, a pesar de que es probable que la célula de Leganés reivindicara el atentado y de que es posible de que fueran ellos los que colocaron las bombas, no pudieron ser ellos los que idearon y planearon el 11-M. Y lo terrible es que, por desgracia (esta es una de las graves consecuencias que tiene combatir el terrorismo exclusivamente con las leyes penales en la mano), la misión del tribunal no es dar respuesta a esta crucial cuestión, sino simplemente decidir sobre la culpabilidad o inocencia de los que se sientan en el banquillo.
Queda una pregunta sin contestar aun más grave: ¿por qué no hay nadie dentro del estado interesado en llegar hasta el final de la verdad?
Emilio Campmany es licenciado en Historia Contemporánea y en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid. Es Registrador de la Propiedad. Su novela “Operación Chaplin”, cuya trama gira alrededor del atentado que sufrió José María Aznar en 1995 a manos de la ETA, fue finalista del V Premio Río Manzanares en 2003. Próximamente publicará otra en torno al asesinato de Efialtes, líder del partido democrático en la Atenas de Pericles. Colabora con la revista Chesterton. Estudioso de temas estratégicos. Actualmente trabaja sobre los problemas jurídicos que plantean las estrategias de la guerra contra el terror.
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