A SANGRE FRIA
La camisa negra del 'cowboy' malo
DAVID GISTAU
La ausencia de los suicidas de Leganés y, sobre todo, la de 'El Tunecino' y 'El Chino', dejó en el juicio un vacío argumental. Si John Ford dijo que para contar una historia bastaban dos personajes y un conflicto, aquí tanto a la Fiscalía como a los cronistas les sobraba conflicto, pero se quedaban cortos de personajes. Faltaba nada menos que la cúpula del Mal. No un cowboy con camisa negra, sino el iluminado pastor de voluntades y el brazo ejecutor al que besaban el anillo todos los malandras de Lavapiés. Muertos ambos a destiempo. Así, la Fiscalía y los cronistas se enfrentaban a una tarea tan incómoda como lo sería la de un guionista que tuviera que explicar a Superman sin poder contar con Lex Luthor. Por ello, al cowboy de camisa negra con el que se cierra el planteamiento fordiano del conflicto hubo que inventarlo mediante un casting. Osman. El Haski. Belhadj. Una cúpula del Mal improvisada. Por la Fiscalía. Y por los cronistas.
El abogado de Belhadj, Francisco Andújar, dijo ayer que, de haber sido capturados vivos El Chino y El Tunecino, algunos de los procesados ni siquiera estarían en la jaula. Tal vez no sea para tanto. Pero es verdad que, si hubiéramos dispuesto de un malvado absoluto como El Chino para acribillarlo con renglones, los cronistas probablemente no habríamos endosado a El Egipcio un retrato del jefe de terroristas que se nos hacía necesario para la narración. No habríamos vigilado hasta sus gestos más nimios a la espera del instante en que el monstruo se delatara. ¿Que se llevaba las manos al rostro porque la gripe le daba jaqueca? «¡Miradle, está rezando!», clamaba el cronista. Si se sentaba solo en la primera bancada, en seguida deducíamos que aquél era un lugar de honor reservado al jefe, como la barrera del nueve en Las Ventas pertenece a la pomada social.
El Egipcio cargó aún más que El Haski y Belhadj con esta exigencia del guión. Pero Endika Zulueta casi logró desbaratarnos el personaje cuando desacreditó las grabaciones. Acaso no sea el humilde inmigrante que su abogado propone, sino un captador de yihadistas. Pero las pruebas se nos quedan cortas para declararlo el Lex Luthor del 11-M, por más que haya que resignarse a que el hueco argumental permanezca vacío.
Algo parecido lograron ayer con El Haski y Belhadj sus abogados defensores. Como El Egipcio, ambos entraron en el juicio trayendo endosado el papel de autores intelectuales, de jefes ubicados en el eslabón más alto de la cadena alimenticia. Y ahora que el juicio se acerca a su final, se instala la sensación de que contra ellos apenas hay indicios más que forzados. Lo que dijo alguien que luego se retractó. Los apodos compartidos con un perro. Una revista que no sabemos si hablaba de bombas o de tostadoras. Y la afición a la numerología de Olga Sánchez, que busca culpables en el sudoku. No importan por lo que son. Importan por lo que querríamos que hubieran sido los que, estafados por la muerte de El Chino, necesitábamos culpables o personajes.
La camisa negra del 'cowboy' malo
DAVID GISTAU
La ausencia de los suicidas de Leganés y, sobre todo, la de 'El Tunecino' y 'El Chino', dejó en el juicio un vacío argumental. Si John Ford dijo que para contar una historia bastaban dos personajes y un conflicto, aquí tanto a la Fiscalía como a los cronistas les sobraba conflicto, pero se quedaban cortos de personajes. Faltaba nada menos que la cúpula del Mal. No un cowboy con camisa negra, sino el iluminado pastor de voluntades y el brazo ejecutor al que besaban el anillo todos los malandras de Lavapiés. Muertos ambos a destiempo. Así, la Fiscalía y los cronistas se enfrentaban a una tarea tan incómoda como lo sería la de un guionista que tuviera que explicar a Superman sin poder contar con Lex Luthor. Por ello, al cowboy de camisa negra con el que se cierra el planteamiento fordiano del conflicto hubo que inventarlo mediante un casting. Osman. El Haski. Belhadj. Una cúpula del Mal improvisada. Por la Fiscalía. Y por los cronistas.
El abogado de Belhadj, Francisco Andújar, dijo ayer que, de haber sido capturados vivos El Chino y El Tunecino, algunos de los procesados ni siquiera estarían en la jaula. Tal vez no sea para tanto. Pero es verdad que, si hubiéramos dispuesto de un malvado absoluto como El Chino para acribillarlo con renglones, los cronistas probablemente no habríamos endosado a El Egipcio un retrato del jefe de terroristas que se nos hacía necesario para la narración. No habríamos vigilado hasta sus gestos más nimios a la espera del instante en que el monstruo se delatara. ¿Que se llevaba las manos al rostro porque la gripe le daba jaqueca? «¡Miradle, está rezando!», clamaba el cronista. Si se sentaba solo en la primera bancada, en seguida deducíamos que aquél era un lugar de honor reservado al jefe, como la barrera del nueve en Las Ventas pertenece a la pomada social.
El Egipcio cargó aún más que El Haski y Belhadj con esta exigencia del guión. Pero Endika Zulueta casi logró desbaratarnos el personaje cuando desacreditó las grabaciones. Acaso no sea el humilde inmigrante que su abogado propone, sino un captador de yihadistas. Pero las pruebas se nos quedan cortas para declararlo el Lex Luthor del 11-M, por más que haya que resignarse a que el hueco argumental permanezca vacío.
Algo parecido lograron ayer con El Haski y Belhadj sus abogados defensores. Como El Egipcio, ambos entraron en el juicio trayendo endosado el papel de autores intelectuales, de jefes ubicados en el eslabón más alto de la cadena alimenticia. Y ahora que el juicio se acerca a su final, se instala la sensación de que contra ellos apenas hay indicios más que forzados. Lo que dijo alguien que luego se retractó. Los apodos compartidos con un perro. Una revista que no sabemos si hablaba de bombas o de tostadoras. Y la afición a la numerología de Olga Sánchez, que busca culpables en el sudoku. No importan por lo que son. Importan por lo que querríamos que hubieran sido los que, estafados por la muerte de El Chino, necesitábamos culpables o personajes.
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